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El rincón de Irenia

La cita III (y fin)

La cita III (y fin) Este verano comencé este relato que, después de tres capítulos y poco tiempo para acabarlo, por fin llega a su fin.

La cita III

Ese fin de semana había quedado con sus amigas de siempre. Desde hacía unos años apenas se veían y por esa razón procuraban concederse una noche sólo para ellas de vez en cuando. Su mente no paraba de dar vueltas a los acontecimientos de los últimos días pero a pesar de ello, intentó parecer lo más despreocupada posible, risueña y feliz. Sólo una de sus amigas se dio cuenta de que algo le ocurría y al final consiguió que se lo explicase.
--¡Tú eres tonta! –exclamó su amiga-- ¿Pero cómo se te ocurre rechazar a alguien en esas circunstancias sintiéndote tan atraída por él? Te conozco demasiado y sé que te gusta de verdad. Te agarras a tu antiguo amante como a un hierro ardiendo.
Ella lo negó una y otra vez. No, no era posible. No podía haberse enamorado de un compañero de trabajo en una sola noche.

El lunes llegó tarde a la oficina, tarde y de mal humor. En su cara se notaba que había dormido mal. Vio a su compañero de confidencias en la máquina de café y no se atrevió a ir. Procuraba evitarlo. Él la miraba de soslayo y por sus ojos se notaba que quería intentar algún acercamiento. Pero no lo hizo, se mantuvo en un segundo plano.

Ella no conseguía sacarse el trabajo de delante; no lograba centrarse. A media mañana recibió un sms de su antiguo amante; le proponía volver a verse aquella misma tarde. No dudó ni un momento y aceptó su propuesta.

Las horas pasaron más rápido a partir de ese momento y su humor también cambió, aunque no su concentración.

Llegó lo más rápido que pudo a casa y creó un ambiente apropiado para un reencuentro entre dos viejos amantes. Su cuerpo volvía a clamar por él.

No tuvo que esperar mucho tiempo para volver a encontrarse entre sus brazos. Él llegó un poco antes de lo que le había dicho en un principio. Se besaron mientras cerraban la puerta y se dirigieron directamente a la habitación. El ansia de los dos cuerpos era mayúscula y rápidamente se saciaron. Pero, al contrario de lo que ella esperaba, él se marchó enseguida. El deseo inicial dejó paso a una sensación de vacío tremenda y tuvo la impresión que había sido un error acostarse de nuevo con él; quizá si su compañero de trabajo no hubiese aparecido todo hubiese sido distinto.

Los siguientes días se sucedieron con monotonía. Por suerte su concentración en el trabajo volvía a ser óptima y se encerraba en sus tareas para no pensar. Sólo la mirada casi al acecho de su compañero conseguía descentrarla porque no podía evitar revivir sus caricias recorriéndole el cuerpo, sus labios besándola, sus ojos deseándola.

El viernes se volvió a quedar hasta tarde en la oficina. Esta vez no se dio ni cuenta. Se fue a hacer un café para despejar su cabeza antes de irse. En el fondo de su alma deseba que se repitiese la escena de la semana pasada. Al acercarse a la máquina lo vio trabajando aún en su despacho.
Echó las monedas en la máquina y cuando levantó la cabeza lo encontró delante de ella.
--Hola –saludó ella conteniendo el temblor que le acababa de aparecer en la mano con la que sostenía el café.
--Hola –contestó él—. Llevo toda la semana intentando acercarme a ti pero no he visto la manera y he notado como me rehuías con la mirada. Sólo quería decirte que el viernes pasado lo pasé muy bien contigo. Fue una noche especial y quería que lo supieras.
--Para mí también lo fue –se sorprendió ella respondiendo— Sólo que…
--No, nada de disculpas. Los dos sabemos que hiciste lo mejor para ambos. Aunque, ¿sabes? Sería fantástico poder repetir lo de la semana pasada, pero imagino que no querrás.
--Te equivocas, me encantaría.

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