El rayo de luna
Para Lena, para que sepa que soñar es un regalo y nunca deje de hacerlo.
Un rayo de luna entró a través de la ventana a la habitación de Lena y se posó sobre su almohada. Ella dormía plácidamente en su camita; su sueño era profundo y no quería despertarla. Le gustaba verla dormir, pero lo que realmente le fascinaba era velar por sus sueños.
Desde que Lena nació, el rayo de luna emprendía cada noche el mismo camino: partía de la luna hacia la casa de Lena y estaba allí toda la noche hasta que el sol aparecía por la ventana.
Cada noche, el rayo llevaba a Lena un sueño diferente desde el País de los sueños. Lo escogía con mimo durante el día, pensaba en lo que a ella le podría hacer ilusión, en qué podría llevarle para que aprendiese. Le hablaba de países lejanos donde habitaban princesas, brujas, magos, duendes, hadas, piratas, gente buena y mala. Y también del mar, del cielo, de la tierra... Quería que Lena apreciase lo que tenía a su lado y supiese que no todos los niños corrían la misma suerte.
Pero una noche el rayo no acudió a la cita. Esa noche Lena durmió mal. Sus padres, Yolanda y Fernando, no sabían qué hacer para que la niña cogiese el sueño y descansase. La noche siguiente el rayo tampoco fue, y la siguiente y la siguiente. Parecía que se lo hubiesen tragado.
Y eso era precisamente lo que había ocurrido. Un enorme pez se lo tragó. El rayo decidió regalarle a Lena un sueño especial lleno de peces de colores, de algas, de corales y al ir a buscarlo un gran pez lo engulló. Nunca había comido rayo de luna y le pareció un manjar exquisito.
El rayo de luna estaba ileso en el estómago del pez. Por suerte el pez que lo tragó era de una especie que se duerme nada más comer y por eso no le había sucedido nada.
Los amigos y hermanos del rayo estaban preocupados. Nadie conocía su paradero. Formaron patrullas para encontrarlo pero ni así lograban dar con él.
El rayo sabía que mientras estuviese allí dentro nadie le llevaría sueños a Lena. Y también sabía que sólo ella podía salvarlo. Sólo si ella fuese capaz de tener un sueño por sí misma en el que soñara que el rayo era engullido por un pez y que ella lo sacaba de allí, el rayo saldría sano y salvo. Pero no sabía si había tenido suficiente tiempo para enseñarla a soñar.
Las noches de vela se sucedían en casa de Lena. No había manera de que la niña consiguiese dormir había algo que la inquietaba y nadie sabía qué era.
Una noche, su madre, miró por la ventana de la habitación de Lena y le pareció ver que la luna se convertía en un pez.
Será el cansancio dijo para sí. Pero cuando Lena se despertó por tercera vez esa noche, la tomó en brazos y la llevó a la ventana.
Mira, hija ¿Ves la luna allá a lo lejos? Pues la luna está habitada por todo tipo de seres y los sueños vienen de ahí, hay peces, piratas, dragones... Si te fijas bien, podrás ver un enorme pez.
Lena pareció comprender porque antes de que Yolanda acabase de contar la historia que había improvisado para su hija, ella se volvió a dormir. Dejó a la niña en su camita y se marchó a la suya.
Lena estaba profundamente dormida pero su cabecita era un hervidero de imágenes: parecía que su madre hubiese despertado todos los sueños que el rayo le había mandado durante tantas noches. Y por fin tuvo su primer sueño propio.
El rayo desde la panza del pez notó algo extraño, una especie de vibración que le indicó que Lena había comenzado a soñar por sí misma. Ahora sólo había que esperar a que ella tuviese el sueño mágico. Pero en realidad, eso era lo que menos le importaba porque en muy poco tiempo había conseguido su principal propósito: que Lena aprendiese a soñar.
Las siguientes noches fueron menos inquietantes. Lena dormía mucho mejor y sus padres descansaban. Cada noche la niña tenía sueños diferentes y finalmente llegó el día en que soñó que un pez se tragaba a un rayo de luna y ella salvaba al rayo.
En el momento en que esto sucedió, el pez, que aún seguía profundamente dormido, abrió la boca y expulsó al rayo de su interior.
Cuando el resto de habitantes del país de los sueños supieron lo que había ocurrido, se sintieron preocupados y aliviados a la vez. Sabían que ese pez comía de todo, pero era un habitante más de su tierra y debían aceptarlo como era. Hicieron una gran fiesta para celebrar la vuelta del rayo de luna pero él se moría de ganas de ir con Lena y volver a velar por sus sueños.
Era consciente de que una vez un niño ha comenzado a soñar por sí mismo, las visitas nocturnas se iban espaciando en el tiempo, aunque nunca se rompía el vínculo que se establecía entre un niño y su portador de sueños, ni siquiera cuando éste se convertía en adulto.
Esa noche, después de la fiesta, fue a visitar a Lena. Entró por la ventana y se posó sobre la almohada, y por primera vez fue Lena quién le contó un sueño al rayo. Se trataba del sueño más bonito que el rayo había oído jamás y decidió escribirlo como un cuento para que todos los niños pudiesen disfrutarlo.
El rayo de luna sigue visitando a Lena algunas noches. A veces es él quién le cuenta un sueño, pero otras, es ella quién le enseña nuevas historias.
Un rayo de luna entró a través de la ventana a la habitación de Lena y se posó sobre su almohada. Ella dormía plácidamente en su camita; su sueño era profundo y no quería despertarla. Le gustaba verla dormir, pero lo que realmente le fascinaba era velar por sus sueños.
Desde que Lena nació, el rayo de luna emprendía cada noche el mismo camino: partía de la luna hacia la casa de Lena y estaba allí toda la noche hasta que el sol aparecía por la ventana.
Cada noche, el rayo llevaba a Lena un sueño diferente desde el País de los sueños. Lo escogía con mimo durante el día, pensaba en lo que a ella le podría hacer ilusión, en qué podría llevarle para que aprendiese. Le hablaba de países lejanos donde habitaban princesas, brujas, magos, duendes, hadas, piratas, gente buena y mala. Y también del mar, del cielo, de la tierra... Quería que Lena apreciase lo que tenía a su lado y supiese que no todos los niños corrían la misma suerte.
Pero una noche el rayo no acudió a la cita. Esa noche Lena durmió mal. Sus padres, Yolanda y Fernando, no sabían qué hacer para que la niña cogiese el sueño y descansase. La noche siguiente el rayo tampoco fue, y la siguiente y la siguiente. Parecía que se lo hubiesen tragado.
Y eso era precisamente lo que había ocurrido. Un enorme pez se lo tragó. El rayo decidió regalarle a Lena un sueño especial lleno de peces de colores, de algas, de corales y al ir a buscarlo un gran pez lo engulló. Nunca había comido rayo de luna y le pareció un manjar exquisito.
El rayo de luna estaba ileso en el estómago del pez. Por suerte el pez que lo tragó era de una especie que se duerme nada más comer y por eso no le había sucedido nada.
Los amigos y hermanos del rayo estaban preocupados. Nadie conocía su paradero. Formaron patrullas para encontrarlo pero ni así lograban dar con él.
El rayo sabía que mientras estuviese allí dentro nadie le llevaría sueños a Lena. Y también sabía que sólo ella podía salvarlo. Sólo si ella fuese capaz de tener un sueño por sí misma en el que soñara que el rayo era engullido por un pez y que ella lo sacaba de allí, el rayo saldría sano y salvo. Pero no sabía si había tenido suficiente tiempo para enseñarla a soñar.
Las noches de vela se sucedían en casa de Lena. No había manera de que la niña consiguiese dormir había algo que la inquietaba y nadie sabía qué era.
Una noche, su madre, miró por la ventana de la habitación de Lena y le pareció ver que la luna se convertía en un pez.
Será el cansancio dijo para sí. Pero cuando Lena se despertó por tercera vez esa noche, la tomó en brazos y la llevó a la ventana.
Mira, hija ¿Ves la luna allá a lo lejos? Pues la luna está habitada por todo tipo de seres y los sueños vienen de ahí, hay peces, piratas, dragones... Si te fijas bien, podrás ver un enorme pez.
Lena pareció comprender porque antes de que Yolanda acabase de contar la historia que había improvisado para su hija, ella se volvió a dormir. Dejó a la niña en su camita y se marchó a la suya.
Lena estaba profundamente dormida pero su cabecita era un hervidero de imágenes: parecía que su madre hubiese despertado todos los sueños que el rayo le había mandado durante tantas noches. Y por fin tuvo su primer sueño propio.
El rayo desde la panza del pez notó algo extraño, una especie de vibración que le indicó que Lena había comenzado a soñar por sí misma. Ahora sólo había que esperar a que ella tuviese el sueño mágico. Pero en realidad, eso era lo que menos le importaba porque en muy poco tiempo había conseguido su principal propósito: que Lena aprendiese a soñar.
Las siguientes noches fueron menos inquietantes. Lena dormía mucho mejor y sus padres descansaban. Cada noche la niña tenía sueños diferentes y finalmente llegó el día en que soñó que un pez se tragaba a un rayo de luna y ella salvaba al rayo.
En el momento en que esto sucedió, el pez, que aún seguía profundamente dormido, abrió la boca y expulsó al rayo de su interior.
Cuando el resto de habitantes del país de los sueños supieron lo que había ocurrido, se sintieron preocupados y aliviados a la vez. Sabían que ese pez comía de todo, pero era un habitante más de su tierra y debían aceptarlo como era. Hicieron una gran fiesta para celebrar la vuelta del rayo de luna pero él se moría de ganas de ir con Lena y volver a velar por sus sueños.
Era consciente de que una vez un niño ha comenzado a soñar por sí mismo, las visitas nocturnas se iban espaciando en el tiempo, aunque nunca se rompía el vínculo que se establecía entre un niño y su portador de sueños, ni siquiera cuando éste se convertía en adulto.
Esa noche, después de la fiesta, fue a visitar a Lena. Entró por la ventana y se posó sobre la almohada, y por primera vez fue Lena quién le contó un sueño al rayo. Se trataba del sueño más bonito que el rayo había oído jamás y decidió escribirlo como un cuento para que todos los niños pudiesen disfrutarlo.
El rayo de luna sigue visitando a Lena algunas noches. A veces es él quién le cuenta un sueño, pero otras, es ella quién le enseña nuevas historias.
2 comentarios
dick renzo -
Rayo de sol -
Bravo, bravo. Muy bonito, muy bonito. Guta, guta. :D