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El rincón de Irenia

Sant Medir

Sant Medir

Esta tarde, en el trayecto del trabajo a casa, me he cruzado con bastante gente, sobre todo niños, que llevaba bolsas vacías en las manos, bolsas preparadas para acoger una enorme cantidad de caramelos, porque hoy es el día de San Medín y la tradición es la tradición.

En el año 1828, al urbanizarse los alrededores de la calle Gran de Gràcia de la entonces villa de Gràcia, se instaló en el número 103 un horno propiedad del Sr. Josep Vidal i Granés.

El Sr. Vidal no tenía muy buena salud y le prometió a San Medín, de quien era un gran devoto que, si se curaba, iría cada 3 de marzo en peregrinaje a su ermita, situada en la sierra de Collserola, tocando la gaita y bien vestido montado sobre un caballo, después de haber paseado por toda la villa anunciando su promesa y repartiendo dulces.

En el año 1830 el Sr. Vidal hizo su primera peregrinación y en los años siguientes le siguieron familiares y amigos formando así la primera “colla” o agrupación de Sant Medir.

En los años siguientes se les unieron más “colles” de otras villas cercanas a Barcelona: Sant Gervasi, Sarrià Sants... Hasta el punto que el Diari de Barcelona del 4 de marzo de 1853 informaba de la importancia que iba adquiriendo ese peregrinaje, que el día anterior había reunido en la ermita del santo más de 300 personas.

En el año 1926 se fundó la primera Federación de “colles” que desapareció durante la Guerra Civil y volvió a constituirse en 1951 haciendo las delicias de los niños y los no tan niños.

La tradición de los marca que los romeros se levantan muy temprano cada 3 de marzo para repartir dulces entre los habitantes del barrio de Gràcia. Luego, peregrinan a la ermita del santo, allí comen y por la noche la calle se convierte en testimonio de una de las lluvias de caramelos más grandes que se puedan imaginar.

Historia de un beso

Historia de un beso

Invierno de 1949. En el pequeño pueblo de Cerralbos del Sella, acaba de morir Blas Otamendi (Alfredo Landa), uno de sus ilustres vecinos y uno de los mejores escritores del siglo.

Su sobrino Julio (Carlos Hipólito) acude al entierro. El reencuentro con los viejos conocidos despiertan en él el recuerdo de su infancia y sobre todo del verano de 1925. Ese verano Julio vivió su primer amor y Blas el último.

La película transcurre en dos épocas, mediados de los años 20 y los años 40 de la posguerra. Dos épocas retratadas con una luz diferente; El mismo Garci la definió: "Luz fuerte y colorista para los años veinte. Y una luz más fría para unos años cuarenta, más tristes y agobiantes". En medio, el personaje del escritor, al que da vida Alfredo Landa, y que sirve a Garci para "rendir homenaje a la Generación del 98 y a Baroja en particular".

Tres historias de amor enlazadas por tres besos y la demostración que el amor no tiene edad.

Estoy enamorado de cuánto crece al aire libre... - Walt Whitman

Estoy enamorado de cuánto crece al aire libre...  - Walt Whitman

Estoy enamorado de cuánto crece al aire libre,
de los hombres que viven entre el ganado,
o de los que paladean el bosque o el océano,
de los constructores de barcos y de los timoneles,
de los hacheros y de los jinetes,
podría comer y dormir con ellos semana tras semana.

Lo más común, vulgar, próximo y simple,
eso soy Yo,
Yo, buscando mi oportunidad, brindándome
para recibir amplia recompensa,
engalanándome para entregar mi ser
al primero que haya de tomarlo,
sin pedir al cielo que descienda cuando yo lo deseo,
esparciéndolo libremente para siempre.

Juan Salvador Gaviota - Richard Bach

Juan Salvador Gaviota - Richard Bach

Juan Salvador Gaviota es la historia de una gaviota que no se conforma con la vida que le ha tocado vivir, y que decide demostrar a los demás, y sobre todo a sí misma, que es posible conseguir lo que uno se propone.

Se trata de una novela new age que causó furor en la década de los setenta. Escrita con estilo poético y que, en determinados momentos invita a la reflexión, es una lectura recomendable.

"Amanecía y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo. Un pesquero chapoteaba a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la bandada de la comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida. Comenzaba otro día de ajetreo.

Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, está practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil posición requerida para lograr un vuelo pausado. Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue mas que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo. Entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un... sólo... centímetro... más... Encrespáronse sus plumas, se atascó y cayó.

Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen. Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es deshonor.

Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión -parando, parando, y atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera.

La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar."

Tormenta - Giovanni Pascoli

Tormenta - Giovanni Pascoli

La naturaleza siempre nos sorpende con su espectacular belleza.

Un retumbar lejano...

El horizonte se enrojece,
como abrasado, del lado del mar;
negro de pez en la montaña,
jirones de nubes claras,
y, en esa negrura, una casa de campo:
un ala de gaviota.

La tabla de Flandes - Arturo Pérez-Reverte

La tabla de Flandes - Arturo Pérez-Reverte

Julia, una joven restauradora de arte, encuentra una inscripción oculta, en forma de partida de ajedrez, en un lienzo del un pintor flamenco del siglo XV Pieter van Huys.

El hallazgo provoca que una singular galería de personajes emprenda una turbulenta aventura en pos de desvelar el enigma jugando la partida de ajedrez del cuadro al revés: César, Menchu, Paco Montegrifo, Muñoz...

Pero no se trata de un enigma cualquiera: tal vez constituya la clave de un secreto que pudo haber cambiado la historia de Europa. Los movimientos de ajedrez marcarán, paso a paso el éxito o el fracaso de la pesquisa, siempre acechada por un diabólico juego de trampas y equívocos en el que participan no sólo la pintura, sino también la música, la literatura, la historia y las matemáticas.

«A las cuatro de la madrugada, con la boca áspera por el café y el tabaco, Julia había terminado su lectura. La historia del pintor, el cuadro y los personajes se tornaba por fin casi tangible. Ya no eran simples imágenes sobre una tabla de roble, sino seres vivos que habían llenado un tiempo y un espacio entre la vida y la muerte. Pieter van Huys, pintor. Fernando Altenhoffen y su esposa Beatriz de Borgoña. Y Roger de Arras. Porque Julia había dado con la prueba de que el caballero del cuadro, el jugador que estudiaba la posición de las piezas de ajedrez con la atención taciturna de aquel a quien le iba la vida en ello, era efectivamente Roger de Arras, nacido en 1431 y muerto en 1469, en Ostenburgo. De eso no le cabía la menor duda, como tampoco de que el misterioso lazo que lo vinculaba a los otros personajes y al pintor era aquel cuadro, ejecutado dos años después de su muerte.»

El origen del ajedrez

El origen del  ajedrez

El origen del ajedrez es antiguo y discutido. La creencia mas extendida dice que nació en la India, en el Valle del Indo. La leyenda de su supuesto inventor, el Brahman Sissa, cuenta que hacia el siglo IV aC inventó un juego que se llamó Chaturanga, o juego del ejército, en el que se utilizaba un tablero cuadrado, dividido en 64 casillas, en las que cuatro personas jugaban moviendo 32 piezas.

Hacia el siglo VI d.c. en Persia se jugaba a un juego llamado Chatrang, que también se desarrollaba en un tablero dividido en escaques.

Otro precedente del ajedrez es el llamado juego del Tamerlán, hacia el 1350 d.c. procedente de Mongolia. Este juego se desarrollaba sobre un tablero mas grande, de 102 casillas y se utilizaban 72 piezas.

El ajedrez se conoció en Europa entre los años 700 y 900, a través de la conquista de España por el Islam, pero también era conocido por los vikingos y por los cruzados que regresaban de Tierra Santa.

Durante la edad media, España e Italia eran los países en donde más se lo practicaba. Se jugaba según las normas árabes, según las cuales, la reina y el alfil eran piezas relativamente débiles y solo podían avanzar de a una casilla por vez. Durante los siglos XVI y XVII, el ajedrez experimentó un importante cambio, y la reina se convirtió en la pieza mas poderosa. Fue entonces cuando otra modificación del juego permitió que los peones avanzaran dos casillas en su primer movimiento y se introdujo la regla llamada "al paso", es un poder especial que adquiere el peón cuando alcanza la quinta fila, que le permite capturar un peón contrario si éste lo pasase en su primer movimiento avanzando dos casillas, y también el revolucionario concepto del enroque. Los jugadores italianos comenzaron a dominar el arte del ajedrez, arrebatándoles la supremacía a los españoles. Los italianos fueron a su vez desbancados por los franceses y los ingleses durante los siglos XVIII y XIX, cuando el ajedrez, que había sido el juego predilecto de la nobleza y la aristocracia, pasó a los cafés y a las universidades, popularizándose, el nivel del juego mejoró entonces de manera notable. Comenzaron a organizarse partidas y torneos con mayor frecuencia, y los jugadores mas destacados crearon sus propias escuelas.

El peón del rey de negras - Mecano

El peón del rey de negras - Mecano

Negro, bajito y cabezón sólo pude ser peón de negras, lo más chungo en ajedrez.

Negro, bajito y cabezón
sólo pude ser peón de negras
lo más chungo en ajedrez.
Luego, con arrojo y tesón
y la estricta observación de las reglas
llegué hasta peón del rey.
Pero de peón
la única salida es la revolución.
Y soy el novio de la muerte
del de enfrente
como buen legionario.
El blanco bueno es el blanco muerto,
que el tuerto ahorra y pone un estanco.
Mas si cayese yo primero no quiero que lloréis
porque en la caja de las fichas
para la reina soy el picha
que tumbaos fuera del tablero
no hay clases ni apartheid.
El problema es que mi señor
que culea de estribor pretende
enrocarse con el alfil.
Y la reina, que es liberal
no lo ve del todo mal si a ella
le dejan irse a Estoril.
Yo también me voy
no sea que el monarca
me enfile por Detroit.
Y soy el novio de la muerte
del de enfrente
como buen legionario.
El blanco bueno es el blanco muerto,
que el tuerto ahorra y pone un estanco.
Mas si cayese yo primero no quiero que lloréis
¡no quiero!
porque en la caja de las fichas
para la reina soy el picha
que tumbaos fuera del tablero
no hay clases ni apartheid.
Cuando se es peón,
cuando se es peón,
cuando se es peón
la única salida es la revolución.
Y soy el novio de la muerte
del de enfrente
como buen legionario.
El blanco bueno es el blanco muerto,
que el tuerto ahorra y pone un estanco.
Mas si cayese yo primero, no quiero que lloréis
¡no quiero!
porque en la caja de las fichas
para la reina soy el picha
que tumbaos fuera del tablero
no hay clases ni apartheid.

El séptimo sello

El séptimo sello

En 1956 Ingmar Bergman rodó la que se considera su obra maestra: El séptimo sello.

Situémonos en la Suecia medieval. Un caballero (Max von Sydow) regresa a su país con su escudero cínico y realista (Gunnar Björmstrand) después de haber participado en las cruzadas y se encuentran una tierra completamente devastada por la peste. Ante esta situación, el caballero comienza a interrogarse sobre Dios y el significado de la vida. Pero la muerte ávida de almas, va en busca del caballero. Él, deseoso de conocimiento y con la esperanza de ganar un poco de tiempo, propone un reto a la muerte: jugar cada noche una partida de ajedrez; cuando acaben, él aceptará su destino. La muerte acepta. En su camino se encontrarán a una familia de juglares zíngaros, a un clérigo desalmado, y a una muchacha acusada de brujería que darán una peculiar visión de la vida.

La idea de la película no fue original de Bergman. El director se inspiró en los frescos medievales suecos que mostraban a la muerte jugando al ajedrez con sus víctimas.

Bergman definió el film como un poema moderno, presentado con material medieval que ha sido manejado muy libremente. El caballero vuelve de una cruzada, como un soldado en nuestra época vuelve de una guerra.

Ingmar Bergman

Excelente película que no deja indiferente a nadie.

Continuidad en los parques - Julio Cortázar

Continuidad en los parques - Julio Cortázar

Hay cuentos como éste de Cortázar que te invitan a leerlos una y otra vez por si algún pequeño detalle se te ha escapado para llegar a comprenderlo del todo. Son cuentos en los que el autor busca un lector cómplice de su obra, un lector que se implique en ella y que no sólo se limite a pasar sobre ella.

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

"Eungenio" Salvador Dalí - Mecano

"Eungenio" Salvador Dalí -  Mecano

El año del centenario Dalí es casi imposible olvidar esta canción.

Dalí se desdibuja
tirita su burbuja
al descontar latidos
Dalí se decolora
porque esta lavadora
no distingue tejidos
él se da cuenta
y asustado se lamenta
los genios no deben morir
son más de ochenta
los que curvan tu osamenta
"Eungenio" Salvador Dalí.
Bigote rocococo
de dónde acaba el genio
a dónde empieza el loco
mirada deslumbrada
de dónde acaba el genio
a dónde empieza el hada
en tu cabeza se comprime la belleza
como si fuese una olla expres
y es el vapor que va saliendo por la pesa
mágica luz en Cadaqués.

Si te reencarnas en cosa
hazlo en lápiz o en pincel
y Gala de piel sedosa
que lo haga en lienzo o en papel
si te reencarnas en carne
vuelve a reencarnarte en ti
que andamos justos de genios
"Eungenio" Salvador Dalí.

Realista y surrealista
con luz de impresionista
y trazo impresionante
delirio colorista
colirio y oculista
de ojos delirantes
en tu paleta mezclas místicos ascetas
con bayonetas y con tetas
y en tu cerebro Gala, Dios y las pesetas
buen catalán anacoreta.

Si te reencarnas en cosa
hazlo en lápiz o en pincel
y Gala de piel sedosa
que lo haga en lienzo o en papel
si te reencarnas en carne
vuelve a reencarnarte en ti
queremos genios en vida
queremos que estés aquí
"Eungenio" Salvador Dalí.

El origen del Carnaval

El origen del Carnaval

Ahora que el Carnaval llega a su fin no está de más adentrarse en su origen histórico.

Probablemente el Carnaval tenga su origen en las Saturnales romanas, aunque se encuentran vestigios anteriores en diferentes culturas de la antigüedad.
En Grecia, en Roma, en los países teutones y en la sociedad celta existía la costumbre de pasear un barco con ruedas (carrus navalis). Encima de él se representaban danzas satíricas y obscenas. Se tiene constancia de ello desde el siglo VI a.C. en Grecia, y hacia los últimos años del Imperio romano.

Al culto de Dionisos en Grecia se correspondió con el de Baco en Roma. Allí se celebraban las Bacanales, las Saturnales y las Lupercales. Todas ellas con un denominador común: el paso de ser unas ceremonias de origen espiritual-religioso, sagrado-ritual a convertirse en fechas en que el desenfreno, la sátira y el desorden civil era la norma.

Treinta días antes de las fiestas Saturnales, los soldados romanos escogían al más bello de ellos y lo proclamaban rey. Lo vestían como tal y le daban sus atributos. En ese período de tiempo, tenía todo el poder como rey sobre los soldados, pero el último día debía suicidarse ante el altar del dios Saturno al que representaba.
En Olimpia, Creta y otras poblaciones de Grecia se inmolaba anualmente a un hombre que representaba a Cronos, el equivalente al Saturno de los romanos. En Rodas se le llevaba a las afueras de la ciudad, se le embarraba y se le ejecutaba.
Otra teoría es la institucionalización de la fiesta en Roma por Publius Hostillius dedicándola al primer santuario en honor a Saturno y cuya liturgia se estableció en el año 217 a.C. En aquellas calendas se celebraba durante un solo día el carnaval: el 17 de diciembre.

Augusto amplió a tres días esas fiestas. Calígula a cuatro y finalmente Domiciano las decretó para una semana. Se realizaban fiestas, intercambios de regalos, ferias callejeras, había indultos y amnistías judiciales, se acordaban treguas militares y muchas más actividades.

Aunque el Carnaval como lo conocemos tiene su origen en la Edad Media. Algunos documentos oficiales afirman que a mediados del siglo XIII, en Venecia, ya se utilizaban máscaras en las semanas previas a Cuaresma como un accesorio más de la vestimenta que formaba parte de la celebración del Carnaval.
Al Carnaval también se le conoce como la “fiesta de la carne” porque se consumía carne hasta hartarse ya que durante la Cuaresma no se podía comer.

Para Morir de Amor - Rosana

Para Morir de Amor - Rosana

Puedo llorar hasta caer el día,
Puedo sembrar esta noche baldía de amor
Sólo de melancolía.
Pero no, que la vida es muy corta
Y mañana se olvida
Lo que ahora te importa.

No te voy a esperar si me dejas,
No te voy a buscar si te alejas,
Hoy no voy a morirme de pena por ti.

Para morir de amor
Siempre queda mañana,
Hay que dar tiempo al tiempo
Que la pena se pasa.
Para morir de amor
Siempre queda mañana,
Que hoy te quiero por todo
Y mañana por nada.

Puedo sentir que se me va la vida,
Puedo esperar en la puerta de tu corazón
Hasta que caiga rendida.
Pero no, no merece la pena
Que me pierda la gloria
Porque tú me condenas.

No te voy a rogar que te quedes,
No te vas a enterar cuando dueles,
Hoy no voy a pasar al infierno por ti.

Para morir de amor
Siempre queda mañana,
Hay que dar tiempo al tiempo
Que la pena se pasa.
Para morir de amor
Siempre queda mañana,
No se muerde la vida
De una sola manzana.

Hace un día extraño

Hace un día extraño

Hace un día extraño. De repente el invierno se ha hecho presente. Resulta raro ver como cae el agua-nieve a través de los cristales empañados.

Pero no sólo es un día extraño por el tiempo. A veces creo que el clima se alía con nuestro corazón, o quizá nosotros lo adaptamos al tiempo, quién sabe.

Hoy me ha vuelto a escribir. Desde hace ya tiempo, por ventura, sus correos son cada vez más escasos; es lo normal cuando una relación se rompe, pero hoy me ha sorprendido.

Su tono era confuso, no hiriente, aunque a mí me lo haya parecido. Me ha preguntado tantas veces en un correo muy muy corto qué tal estoy, que he llegado a la conclusión de que no está bien, nada bien, y me ha sorprendido que después de dos años y medio me haya propuesto que volvamos a vernos. ¿Qué querrá de mí ahora?

La respuesta será que no. No sé si el invierno se ha apoderado de mi corazón pero ya no me importa qué le pasa, qué siente, qué inquietudes tiene... Sé que para él sigo siendo una de las piedras en las que asirse pero hace mucho que dejé de preocuparme de él.

Mi vida ha tomado otro camino en el que ya no tiene cabida.

El mismo amor, la misma lluvia

El mismo amor, la misma lluvia

Jorge (Ricardo Darín), de 28 años, es la joven promesa de la literatura argentina, aunque en realidad vive de los cuentos románticos que escribe para una revista de actualidad. Una noche conoce a Laura (Soledad Villamil), una soñadora camarera que sigue esperando el regreso de su novio, un artista que está montando una exposición en Uruguay y del que no tiene noticias desde hace meses. Laura y Jorge se convierten en pareja, y ella, convencida de que Jorge posee un gran talento, se empeña en que escriba literatura "de verdad". Laura está obsesionada con ser honesta consigo misma y con los demás; ella quiere decir lo que siente y hacer lo que piensa. La convivencia entre ellos se va deteriorando y su relación acaba en ruptura.

A lo largo de casi dos décadas, descubriremos las alegrías, las ilusiones, las desilusiones y la esperanza de estos dos personajes y su entorno, sin olvidar los momentos históricos por los que pasa Argentina, narrados con humor, emoción, grandes dosis de ironía y una pizca de sarcasmo.

Juan José Campanella cuenta que esta historia comenzó como un guión para un programa de televisión en 1983. Él mismo y Fernando Castets pensaban en una historia de amor que transcurriera durante varios años y que tuviera como telón de fondo los cambios históricos que vivió Argentina hasta la vuelta de la democracia. A medida que pasaba el tiempo, la historia original fue evolucionando hasta situarse en el marco histórico en el que nos encontramos actualmente. Cuando Campanella retomó la historia años después, pensó en seguida en Ricardo Darín para interpretar el papel de Jorge.

Una historia de amor bella y contradictoria. Una película romántica que huye de los cánones.

Balada de otoño - Joan Manuel Serrat

Balada de otoño - Joan Manuel Serrat

Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados,
sobre los campos, llueve.

Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.
La tarde que se adormece
parece
un niño que el viento mece
con su balada en otoño.

Una balada en otoño,
un canto triste de melancolía,
que nace al morir el día.
Una balada en otoño,
a veces como un murmullo,
y a veces como un lamento
y a veces viento.

Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados
sobre los campos, llueve.

Te podría contar
que esta quemándose mi último leño en el hogar,
que soy muy pobre hoy,
que por una sonrisa doy
todo lo que soy,
porque estoy solo
y tengo miedo.

Si tú fueras capaz
de ver los ojos tristes de una lámpara y hablar
con esa porcelana que descubrí ayer
y que por un momento se ha vuelto mujer.

Entonces, olvidando
mi mañana y tu pasado
volverías a mi lado.

Se va la tarde y me deja
la queja
que mañana será vieja
de una balada en otoño.

Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados...

Aquellas pequeñas cosas - Joan Manuel Serrat

Aquellas pequeñas cosas - Joan Manuel Serrat

Las pequeñas cosas son las que dan color a nuestra vida: una conversación, un paseo, una sonrisa... Por suerte, tienen billete de ida y vuelta.

Uno se cree
que las mató
el tiempo y la ausencia.
Pero su tren
vendió boleto
de ida y vuelta.

Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.

Como un ladrón
te acechan detrás
de la puerta.
Te tienen tan
a su merced
como hojas muertas

que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve.

El amor en los tiempos del cólera - Gabriel García Márquez

El amor en los tiempos del cólera - Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez escribió la curiosa historia de amor de Fermina Daza y Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera.

Fermina y Florentino se conocen de casualidad y a partir de entonces viven un año de amor apasionado:

«Fue el año del enamoramiento encarnizado. Ni el uno ni el otro tenían vida para nada distinto de pensar en el otro, para soñar con el otro, para esperar las cartas con tanta ansiedad como las contestaban. Nunca en aquella primavera de delirio, ni en el año siguiente, tuvieron ocasión de comunicarse de viva voz. Más aún: desde que se vieron por primera vez hasta que él le reiteró su determinación medio siglo más tarde, no habían tenido nunca una oportunidad de verse a solas ni de hablar de su amor. Pero en los primeros tres meses no pasó un solo día sin que se escribieran, y en cierta época hasta dos veces diarias, hasta que la tía Escolástica se asustó con la voracidad de la
hoguera que ella misma había ayudado a encender.»

Pero el padre de Fermina no ve nada bien ese noviazgo y hace lo imposible para separar a los enamorados. Finalmente, Fermina se casa con el doctor Juvenal Urbino con quien vivirá un matrimonio tranquilo.

«Él era consciente de que no la amaba. Se había casado porque le gustaba su altivez, su seriedad, su fuerza, y también por una pizca de vanidad suya, pero mientras ella lo besaba por primera vez estaba seguro de que no habría ningún obstáculo para inventar un buen amor. No lo hablaron esa primera noche en que hablaron de todo hasta el amanecer, ni habían de hablarlo nunca. Pero a la larga, ninguno de los dos se equivocó.»

El día del entierro del doctor Juvenal Urbino, Florentino decide recuperar el amor de la mujer de su vida:

«Florentino Ariza no había dejado de pensar en ella un solo instante después de que Fermina Daza lo rechazó sin apelación después de unos amores largos y contrariados, y habían transcurrido desde entonces cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días.»

La historia de la cocina española

La historia de la cocina española

Hace ya bastantes años dos grandes escritores y gastrónomos, Néstor Luján y Joan Perucho, escribieron el libro Historia de la cocina española. En él daban un repaso a la historia de la cocina de nuestro país, no sólo atendiendo a la evolución gastronómica, sino haciendo referencia a textos literarios de las diferentes épocas de nuestra historia.

He aquí un breve resumen, basado en lo que cuenta este libro, de la evolución de la cocina desde la época romana hasta la era moderna.

Poco se sabe acerca de cómo se guisaba en la España anterior a la dominación romana. Con las legiones de Escipión penetraron en ella los conceptos culinarios de Roma y dos aportaciones materiales realmente fundamentales: el ajo y el aceite de oliva.

A los romanos les gustaban las comidas fuertes, violentas (y a los hispanoromanos es de suponer que también), y especiaban sin ton ni son sus guisos.

La cocina romana subsistió, en parte, después de las invasiones; los bárbaros acomodaron sus costumbres y sus gustos a los del país romanizado, pero impregnándolos de rusticidad y primitivismo.

La invasión árabe trajo a España, no sólo nuevos modos de guisar, sino condimentos procedentes de Persia y de la India, que aquí se desconocían: la naranja dulce, el azafrán, la nuez moscada, la pimienta negra, la caña de azúcar o el azúcar. Incluso los poetas árabes fueron, al parecer, gastrónomos. Ben Al-Talla cantó así a la alcachofa:

Hija del agua y de la tierra, su abundancia se ofrece, a quien la espera, encerrada en un castillo de avaricia.
Parece, por su blancura y por lo inaccesible de su refugio, una virgen griega escondida entre un velo de lanzas.

De la misma manera que la cocina de “Al-Andalus” debió estar influida y modificada por los mozárabes, es evidente que los cristianos del Norte sufrieron con igual intensidad la influencia de la de los árabes y mudéjares.

En lo que respecta a la Baja Edad Media, diremos que fue una época extraña, ruda y, al mismo tiempo, delicada. En cuanto a la forma de comer, Jorge Rubió dice que las mesas eran de quita y pon, cosa explicable puesto que los grandes banquetes se daban en salas no destinadas exclusivamente a esa finalidad. En la vida doméstica se comía muchas veces en la cocina, pero también se describen comedores de algunas casas burguesas, cerca de la cocina, en la planta baja. Durante la Edad Media no se utilizaba el tenedor y sólo se conocía como simple curiosidad; generalmente se comía con los dedos.

Con el descubrimiento de América, la cocina española se enriquece con la patata, el tomate, el pimentón y el cacao.

El espíritu ilustrado provocó en España un afán de renovación. La cocina francesa triunfaba en todo el mundo, Los cocineros del país vecino habían logrado imponer su arte culto, elaborado, misterioso y, sobre todo, digestivo; habían creado una cocina al compás de los adelantos de la ciencia médica. Contra la cocina francesa sólo podíamos oponer nuestra cocina popular, humilde y desdeñada, pero fragante.
El espíritu de “lo moderno” se había infiltrado ya desde hacía tiempo y cada vez adquiría mayor actualidad.

Por fin llegamos a la cocina actual donde tradición e imaginación andan de la mano en las cocinas más renombradas.

El chocolate

El chocolate

Decía Forrest Gump que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar. Y tiene toda la razón. Algunos son dulces, otros dejan el sabor fuerte del licor, otros son de chocolate negro negrísimo y amargan. Toda una amplia variedad de sabores para expresar mediante una curiosa metáfora lo que nos sucede a lo largo de la vida. Pero, ¿sabemos realmente de dónde viene la materia prima de los bombones, el chocolate?

Cuenta la leyenda que el dios Quetzalcoati, el gran cultivador del Paraíso, enseñó a los hombres el cultivo, la astronomía, la medicina y las artes, pero el regalo más preciado que dejó al hombre fue el árbol del cacao.

Tan preciado era el cacao que su fruto se convirtió en la moneda del reino maya y se comerciaba con ella en todo el imperio azteca.

Cristobal Colón fue el primer europeo que vio el cacao. Fue en su cuarto viaje, en el año 1502. Pero aunque sabía que esa especie de almendra servía de moneda y con ella se preparaba una bebida, los primeros que lo probaron fueron los hombres de HernánCortés en 1520.
El chocolate llego a España desde México en 1520 en forma de barras y tabletas. Pero no se comía, sino que se bebía derretido y mezclado con agua o con leche.
A los Países Bajos llegó en 1606 y el introductor del chocolate en Francia parece que fue el cardenal Richelieu. En esa época, el chocolate era considerado un medicamento a la vez que un alimento.
De Francia pasó a Inglaterra hacia 1657. El italiano Carletti difundió el chocolate en su país. A Alemania llegó a través de Holanda, pero fueron los ingleses quienes lo industrializaron.
El suizo Cailler fabrico en 1820 las primeras tabletas comestibles y, su compatriota Lindt mejoró el fundido logrando que las tabletas fueran perfectamente masticables. Henry Nestlé le incorporo leche al chocolate solido.